La euforia de aquellos que veían en la red de redes la llegada de un mundo sin fronteras y al alcance de cualquiera, se ha enturbiado a la vista y su sabor es algo amargo. Hoy, internet se nos antoja un manojo de promesas incumplidas; una virgen, por venerada, prostituida en su forma y en su esencia, donde todo se vende y poco se comparte; con contenidos al servicio de cualquier cosa menos a la difusión del conocimiento y sembrada de terrorismo publicitario incontrolable. Mónica Daluz / pdf