La Revolución Industrial dio lugar a un sistema de libre mercado que nos instaló en el paraíso del consumo. La producción desenfrenada y el consumismo como forma de vida determinaron el rumbo del mundo. Hoy, reveladas ya las imperfecciones del sistema, el sector fabril, y muy especialmente el del packaging, buscan vías para producir de otro modo. No es posible mantener a largo plazo la vertiginosa obsolescencia del producto; el ecodiseño, que analiza el ciclo de la vida del producto desde su concepción, es un paso hacia un mundo más sostenible, tal vez el primero que, a gran escala, y junto a nuevos modos de reparto y circulación de bienes y recursos, puede marcar la supervivencia del mundo tal y como lo conocemos.
Y aquí estamos. Dicen que es la posmodernidad, la era digital. Pero en realidad seguimos siendo esclavos de la Revolución Industrial que nos construyó y que nos impuso un tentador sistema de supervivencia basado en el binomio producción/consumo, ante el cual caímos rendidos. La posibilidad de fabricar en serie (generar más dinero con menos esfuerzo) reduce los precios, y con la facilidad del acceso a bienes nace la compra por diversión; así, la economía se acelera y el resto del engranaje se adecúa al nuevo modelo. Desde entonces estamos obligados a crecer. Pero, ¿es consumir, la mejor medida para reactivar la economía?, ¿acaso es la única?
Así es para algunos teóricos, como Bernard London, quien abogaba en su libro Finalización de la Depresión a través de la Obsolescencia Programada, tras el llamado crack de 1929, por imponer durabilidad de productos y servicios para incrementar el consumo de los mismos, en el convencimiento de que así las fábricas seguirían fabricando, la población consumiendo y se crearían puestos de trabajo. London planteaba que todos los productos tuviesen una vida limitada con una fecha de caducidad después de la cual se considerarían legalmente muertos. Mónica Daluz / pdf