No han sido formados en técnicas de venta, ni en marketing, tampoco reciben publicaciones especializadas que les pongan al día de las últimas tendencias sobre el comportamiento del consumidor, ni que decir tiene que no organizan un París-Londres-NY para ojear en qué andan las ciudades de vanguardia, sin embargo, la aplastante lógica de los intercambios, práctica ancestral del ser humano desde tiempos remotos, prima en estos mercadillos.
Un buen día, aquí, en occidente, o mundo desarrollado, o como quieran ustedes llamarlo, el comercio se modernizó y se sofisticó hasta el punto de hacer de sí mismo una magnífica teoría, algo pomposa, solemne diría yo. Tanto rizó el rizo y deseó apartarse de la obviedad que trazó un discurso aparatoso y se alejó del único principio que rige y regirá el mundo del intercambio de bienes entre las personas: el sentido común.
In&out
Fundamental: que el cliente entre en el establecimiento. Lo que nos diferencia del mercader del zoco es que aquí, el vendedor casi siempre permanece dentro de la tienda. En ocasiones, una puerta cerrada y un local poco iluminado hacen incluso dudar de si tal vez aquel establecimiento esté cerrado. En estos mercadillos la mercancía es exhibida y el vendedor sale al encuentro de turista.
Estimulando los sentidos
En el zoco todo es espectáculo, bullicio exótico. Dulces y golosinas, especias, frutos secos, productos aromáticos y ropas de colores vivos y brillantes. Todo es colorido, todo son aromas. Huele a mil esencias y huele, sobre todo, a jazmín. Se puede mirar, oler y tocar. Entre tanto, a cada rato se oye un canto a lo lejos llamando a la oración.
En cualquier lugar
No hay que dejar escapar una oportunidad. Cualquier momento y cualquier lugar es idóneo para hacer negocio; la necesidad de supervivencia convierte a pequeños y mayores en expertos vendedores. Mónica Daluz / pdf