OPINIÓN
El arqueólogo halla, y luego estudia su hallazgo asistido por múltiples disciplinas. El científico difícilmente se da de bruces con un nuevo eslabón de la cadena de la ciencia; para encontrar, debe tener una buena hipótesis al respecto. En fin, lo que se llama hacer la pregunta correcta.
«La calidad de nuestras vidas la determina la calidad de nuestro pensamiento. La calidad de nuestro pensamiento, a su vez, la determina la calidad de nuestras preguntas, ya que las preguntas son la maquinaria, la fuerza que impulsa el pensamiento. Sin las preguntas, no tenemos sobre qué pensar», se cita en El arte de formular preguntas esenciales, editado por Foundation for Critical Thinking. Pues como en ciencia, la sociedad debería hacerse algunas preguntas correctas. El primero de nosotros, los humanos, se preguntó porqué: porqué había noche y día, porqué llovía o porqué tenía dolor de barriga. La curiosidad y la imaginación en un mundo donde todo estaba por inventar y descubrir, hicieron el resto. Las reacciones bioquímicas que se producen al aprender algo nuevo dan lugar a sustancias (neurotransmisores) generadoras de placer. Así que dimos rienda suelta a nuestro entusiasmo creativo, seguramente sin preguntarnos hacia dónde.
Dotados a estas alturas de extraordinarias tecnologías a las que vamos traspasando algunas de nuestras tareas cerebrales habituales en virtud de una mayor comodidad y efectividad, algunos estudios nos ponen sobre alerta. Esta ‘externalización’ de tareas, y dada la economía de recursos que rige nuestro funcionamiento biológico, puede comprometer la capacidad cerebral de aprender, en tanto que disminuye algunas capacidades como la atención, la concentración, la memoria o el pensamiento profundo, la reflexión. La mismísima y aparentemente infinita red de redes, nos propone paradójicamente un mundo menguado y menguante; pequeños universos hechos a medida de nuestros supuestos intereses según los cálculos de un algoritmo claramente imperfecto y para el cual no somos más que un target al que persuadir. En este contexto, también se establecerán nuevas conexiones neuronales que modificarán la estructura cerebral a través de los nuevos requerimientos que conlleva el uso de las tecnologías. La cuestión es que podemos intervenir en la evolución de nuestras funciones cerebrales y, de algún modo, elegir cómo queremos ser. ¿Qué hábitos compensatorios introducimos para mantener intactas nuestras conexiones neuronales mientras desarrollamos otras nuevas?, podría ser la pregunta. Urge una nueva escuela que aplique los avances de las neurociencias y dote al sistema educativo de un componente científico del aprendizaje; éste podría ser un punto de partida. Mónica Daluz / pdf
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